No sabía lo que pasaba, no sabía por qué es que estaba bajando esos escalones agarrado de la mano de aquella chica. La chica no era el problema, el problema era otro.
No recordaba cómo había llegado hasta ese lugar lleno de gente extraña que los miraban con alegría, que los aplaudían, que los admiraban. Se sentía confundido, pero al voltear la mirada y ver que era Xiomara la que lo tomaba de la mano se sintió aliviado, se dio cuenta que, por lo menos, no estaba tan perdido como él pensaba, al menos había encontrado un rostro conocido.
El problema del momento no era ella, era él, tenía solo 18 años y esto que pasaba no estaba bien. Siguieron caminando hasta salir de la mirada de los demás y una vez solos, ella lo miró con gesto de duda y él también, como diciendo "¿qué pasa? ¿por qué lo hicimos?" se rieron juntos, no sabían lo que pasaba.
Se resignaron, se alegraron, y se preguntaron qué seguía. Era obvio lo que seguía pero tenían miedo, eran cobardes, eran indecisos, nada de eso estaba en sus mentes antes de, y por eso no lo hicieron, a pesar de su soledad.
Se miraron otra vez y se sentaron, hablaron con la mirada y se entendieron con el gusto, con el gusto de su compañía, con el gusto de su ilusión, con el gusto del futuro imposible que se avecinaba, con el gusto de casarse, con el gusto de soñar.
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