sábado, 10 de mayo de 2014

Un martes 11 de marzo.

Recuerdo casi todo correctamente y algunas cosas quizás no tan correctamente. Todo es relativo. 
Yo recuerdo que estaba sentado en una especie de banca de concreto. Esta era muy cómoda y aliviaba el sofocante calor de aquella tarde rubia limeña. 
Me estaba imaginando cómo sería el resto del día mientras escuchaba no recuerdo qué tema de mi playlist cuando, como una ráfaga, ella pasó de largo justo frente a mis narices. Yo la vi y me pregunté si era ella, pues no había tenido tiempo de reconocerla y solo atiné a ver cómo se alejaba dándome la espalda. 
Luego de perderla de vista y de salir mi estado de asombro me dispuse a seguirla. 
Al cabo de un rato de agobiante búsqueda no la encontré y entonces decidí regresar a mi apacible y fresca banca de cemento y cuando estaba a escasos metros de esta compañera de espera, la vi. 
Si mi memoria no falla ella usaba un vestido color piel o alguno parecido, la verdad es que siempre fui malo para los colores cabello lacio, el más lacio que jamás vi en mi vida, unos de esos calzados veraniegos que nunca supe cómo se llamaban y una pequeña maleta de cuero para ser sinceros no sé el nombre de muchas de las cosas que usan ustedes, señoritasella, en todo, lucía adorable.
Pero algo me impedía llegar a ella. ¡La pista!, y en ella, ¡los autos que transitaban! Todos merecían gran repulsión de mi parte por apartarme de ella y por otras cosas que no contaré aquí. Crucé valientemente mientras aún continuaba el verde, esquivé audazmente los autos raudos y venenosos que pretendían no permitirme el paso, arriesgué mi vida en medio del peligro pero no importa porque ella lo valía.
Luego de esta aventurilla me acerque con una sonrisa y, bueno, mi mente solo dio para un monótono "hola". 
Yo recuerdo también que tenía un plan, uno magnífico, uno sorprendente y maravilloso pero se me olvidó. Ella tenía uno mejor: comprar libros, o al menos, eso intentó. Nos dispusimos a buscar una librería no sin antes, yo, decir que por ahí no habían librerías y, ella, decir que estaba loco y que había cientos de librerías cerca del lugar.
Mientras caminábamos dije una que otra tontería y luego pregunté: "¿Qué llevas en esa mochila?", ella con una sonrisa dijo sagazmente:  "Cosas de chicas". Nunca supe qué llevaba ahí y hasta ahora es un misterio que intento incanzablemente de resolver. 
Luego de que ella no encontrara el libro que buscaba y descubriera lo que antes yo confesé en este blog salimos sin rumbo a caminar por ahí. Ella deseaba comer y yo no. Pero no importa, qué importo yo si ella desea comer, ¿quién soy yo para decirle que no? 
A pesar de eso, recuerdo que mencioné que no deseaba comer pero que sí podía acompañarla y ella creyó que sería inapropiado, yo insistí pero ella se negó. Al final tuve que decir que justo en esos instantes empecé a morir de hambre y que deseaba comer mientras ella sonreía y yo seguía con discursos vivarachos. 
Hicimos el pedido y nos sentamos, ella ofreció cremas y yo dije que detestaba la mayonesa, le mentí, ella lo noto. Luego de varios minutos, mientras sonaba Bones de The Killers ella me dijo que yo era un tipo mentiroso. Y yo por supuesto que me negué, y luego lo acepté. 
Soy un mentirosillo pero eso no importa, a ella ya no le miento, y si lo hago, luego de un par de minutos, le digo que es mentira, le sonrío, la quiero, me desvivo y me digo a mí mismo que ya no le mentiré.
Salimos y buscamos un lugar apacible donde consumir los últimos rayos de sol y los últimos minutos de nuestro, para mí, feliz encuentro, a ella la ignoraron unos gatos, vimos a Jared Leto con sus californianas en bicicleta, acompañamos a un solitario tipo sentado y la tarde rubia terminó. Había llegado la señora obscuridad y con ella la penumbra viva y amarilla de las luces acompañantes. 
Una esquina sombría y un beso en la mejilla me acompañaron durante los siguientes buenos días. 




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