Ahora que lo pienso, ya sé lo que quiero, quiero dinero, quiero poder. Quiero dinero para tener poder, el dinero da poder, todo depende de cuan inescrupuloso quieres ser, de cuan frío y calculador puedes ser, de cuanta maldad puedes manejar y contener.
Quiero ser poderoso para hacer lo que me plazca, lo que se me antoje, quiero ser el tipo que está detrás de todo moviendo los medios y acorralando políticos, quiero ser el Gustavo Parker de "La lluvia del tiempo", quiero ser ese Gustavo que le podía a decir al presidente del Perú "estás jodido, por borracho, coquero y pajaroloco". Quizás sea un idea pasajera, quizás se me subieron los humos a la cabeza, quizás ahora me siento algo atado y por eso deseo poder.
Pero, ¿cómo logro poder? o mejor dicho ¿cómo logro dinero que, a la larga, me de poder? Pues solo veo un medio, el sucio, el peruano, el vivaraz, el criollo. Me meto a hacer cosas sucias en la bolsa y termino como Belfort, pero termino libre, salgo del charco en el momento preciso y no me lleno de nada raro la nariz.
Luego se me pasa y sueño con una vida apacible. Sueño con una casa en mi distrito favorito: Jesús María, de lejos, el mejor distrito de esta convulsionada y apresurada ciudad con caminatas incluidas al parque El Olivar. Yo, mi casa en perfecto orden, luces amarillas y tenues, con algo de suerte una chimenea, mi playlist sonando en una tarde fresca mientras sigo bajo de las bendiciones de mis modorrientos columnistas favoritos. Quizás unos canarios que quizás no duren ni una semana porque los dejaría ser libres ante su canto desesperado y un jardín con un árbol donde me pueda trepar y recordar el árbol que perdí hace unos años, años de los buenos, en donde ser feliz era obligación. Periódicos, películas piratas, libros cortos y de líneas ligeras, música, y mis montones de papeles de escritor de media casta, cientos de cuentos que no verán la luz quizás porque sean muy malos y me avergüencen o porque sean muy buenos y no merezcan ser leídos por cualquier fulanito y mi infaltable refrigeradora llena de comida. La vida apacible, la vida del incógnito sin preocupaciones, sin niños a los que deba entregar parte de mi tiempo porque si algo me aterra es tener que dedicar mi tiempo a un mocosos producto de un "descuido". Soy un cobarde y a duras penas puedo mantener en orden mi vida así que la de un niño a mis espaldas terminaría por destruirme.
Luego me viene la idea del poder otra vez. La idea de tener 50 hijos y que todos sean felices con los montones de dinero que les pueda ofrecer y las casas productos del dinero mal habido que les puedo otorgar. No lo sé. Yo anhelo la segunda. Una casa apacible, periódicos y papeles a montores, luces amarillas y tenues y tardes frescas. No quiero ser Gustavo, no quiero ser Belfort, no quiero decirle cosas feas a políticos ni amenazar a los medios. No quiero ser temindo, quiero ser un buen tipo, quiero que todos me vean como el buen tipo de la casa apacible, el de los periódicos en su jardín y música tranquila y calmante. Ser poderoso y adinerado es una tontería, quiero sentarme en mi tibio sofá luego de un productivo día de trabajo a ser yo y solo yo.
Luego me doy cuenta de que todo eso está en mi cabeza y que no sé qué pasará mañana, me doy cuenta que nadie sabe lo que vendrá y que nadie puede planear nada con total seguridad. A veces pienso que Sartre y su existencialismo son la mera verdad y luego se me da por dejarme llevar por la corriente. Luego pienso que no debería ser tan iluso, que la vida apacible no es para mí, que debería tener todo el poder que desee y luego debería agarrar de las pelotas a medio mundo. Luego suena Tu verano es mi invierno y me enamoro de la vida apacible, de los sonidos sublimes de esa canción, de lo hermoso que son algunos distritos de la ciudad y que hay tanto por ver y tanto por conocer que el dinero lo podría usar para la fogata que con suerte cabría en mi casita y para conseguir comida, periódicos y todas esas cosa simples de la vida que me hacen feliz.
Luego se me pasa y sueño con una vida apacible. Sueño con una casa en mi distrito favorito: Jesús María, de lejos, el mejor distrito de esta convulsionada y apresurada ciudad con caminatas incluidas al parque El Olivar. Yo, mi casa en perfecto orden, luces amarillas y tenues, con algo de suerte una chimenea, mi playlist sonando en una tarde fresca mientras sigo bajo de las bendiciones de mis modorrientos columnistas favoritos. Quizás unos canarios que quizás no duren ni una semana porque los dejaría ser libres ante su canto desesperado y un jardín con un árbol donde me pueda trepar y recordar el árbol que perdí hace unos años, años de los buenos, en donde ser feliz era obligación. Periódicos, películas piratas, libros cortos y de líneas ligeras, música, y mis montones de papeles de escritor de media casta, cientos de cuentos que no verán la luz quizás porque sean muy malos y me avergüencen o porque sean muy buenos y no merezcan ser leídos por cualquier fulanito y mi infaltable refrigeradora llena de comida. La vida apacible, la vida del incógnito sin preocupaciones, sin niños a los que deba entregar parte de mi tiempo porque si algo me aterra es tener que dedicar mi tiempo a un mocosos producto de un "descuido". Soy un cobarde y a duras penas puedo mantener en orden mi vida así que la de un niño a mis espaldas terminaría por destruirme.
Luego me viene la idea del poder otra vez. La idea de tener 50 hijos y que todos sean felices con los montones de dinero que les pueda ofrecer y las casas productos del dinero mal habido que les puedo otorgar. No lo sé. Yo anhelo la segunda. Una casa apacible, periódicos y papeles a montores, luces amarillas y tenues y tardes frescas. No quiero ser Gustavo, no quiero ser Belfort, no quiero decirle cosas feas a políticos ni amenazar a los medios. No quiero ser temindo, quiero ser un buen tipo, quiero que todos me vean como el buen tipo de la casa apacible, el de los periódicos en su jardín y música tranquila y calmante. Ser poderoso y adinerado es una tontería, quiero sentarme en mi tibio sofá luego de un productivo día de trabajo a ser yo y solo yo.
Luego me doy cuenta de que todo eso está en mi cabeza y que no sé qué pasará mañana, me doy cuenta que nadie sabe lo que vendrá y que nadie puede planear nada con total seguridad. A veces pienso que Sartre y su existencialismo son la mera verdad y luego se me da por dejarme llevar por la corriente. Luego pienso que no debería ser tan iluso, que la vida apacible no es para mí, que debería tener todo el poder que desee y luego debería agarrar de las pelotas a medio mundo. Luego suena Tu verano es mi invierno y me enamoro de la vida apacible, de los sonidos sublimes de esa canción, de lo hermoso que son algunos distritos de la ciudad y que hay tanto por ver y tanto por conocer que el dinero lo podría usar para la fogata que con suerte cabría en mi casita y para conseguir comida, periódicos y todas esas cosa simples de la vida que me hacen feliz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario