El frío que pasaría en la calle. Los días que será ignorado por este mundo loco y acelerado. El amor que le faltará recibir, el amor al cual estaba tan acostumbrado. La comida en croquetas o las de mi propia olla que ya no llegará a saborear. La vida acomodada de ese bribón se le escaparía de las patas solo porque el ama salir a pasear solo. Todo eso pasaba por mi cabeza mientras caminada por la calle casi ciego, no sé si por mis problemas de visión y la obscura noche o mis ojos llenos de agua.
Eran las 11 P.M. de un domingo funesto, moribundo, frío de invierno y solitario nocturno. A las 10.30 P.M. había notado que mi pequeño hermano canino —sí, porque el perro no es mi mascota, es mi hermano, es mi sobrino, es mi hijo, es parte de la familia, es parte de mi familia— no estaba en casa. ¡La cagada! Lo más seguro es que mi padre lo haya dejado salir. Lo más probable es que esté hueviando por algún lugar peligroso, oliendo las miserias de la calle a tan altas horas de la noche. O peor aún, seguro lo han atropellado. Le han dado veneno. Un perro bravo callejero ya le partió la madre. O quizás por curiosear el vecindario ya se perdió.
Le digo a mi hermano. ¡Carajo! ¡No me hace caso! Mis padres ya están dormidos y la mitad de la ciudad también. Agarro mis llaves, me pongo algún trapo encima para combatir el frío y me aventuro a la calle solitaria dominguera. No veo nada, me estoy quedando ciego y la tenue luz del alumbrado público no ayuda mucho. No hay Luna, la Luna es ingrata, es egoísta, solo está ahí para que admires su belleza, no para ser ignorada mientras haces algo, a ella no le gusta ser ignorada, o la admiras o se va.
Mientras camino por la calle solitaria voy tomando en cuenta que todo se pondrá peor. Empiezan a aparecer las miserias y las criaturas transformadas que oculta la noche. Me da miedo, me siento inseguro y vulnerable pero nada de eso cuenta si es por mi perro, por mi hermano, por mi hijo. Sigo caminando, hay niebla y solo me acompañan malas almas en vivos y las otras mala almas que quizás esta avenida acoge por mucho tiempo.
Mi ojos se ponen llorozos y empiezo a imaginar los últimos días de mi perro, —soy un fatalista del demonio— los días preguntándose por qué nunca fui por él. Últimos días en que recordará los buenos momentos. Días en los que pensará que lo he traicionado sin saber que yo lo buscaría cada día de mi vida sin desfallecer. Y con esos últimos días también llegarían sus últimas noches, noches en las que él soñaría con nosotros, con mi familia, con los momentos en que yo llegaba a casa y él me recibía con la alegría más sincera que un ser vivo podría brindar, porque ellos son los seres más sinceros y reales que pueden existir, porque ellos no saben de mentiras o del rencor, porque bien dice el dicho "Los perros viven menos que los hombre porque ellos nacieron sabiendo amar".
Llego a un punto muerto, me sobrecoge un temor hasta los huesos y me digo que he fracasado, que soy un traidor, que le he fallado al ser que tanto me ama. Doy la media vuelta y empiezo a visualizar la odisea que me espera, que aunque me digan que ya no lo busque yo lo seguiré buscando, que esto sería un punto de quiebre total en toda mi vida y que nunca podré reponerme de esto, que con mi perro perdido se murió una parte de mí.
Regreso sin fuerzas a casa, a preguntar si mi hermano me quiere ayudar. Abro la puerta y subo las escaleras, miro a mi hermano, ya son las 12:05 P.M., mi mejillas rojas acusan mis ojos llorosos, y le digo — No encontré al perro —Ya llegó, ¡huevón!— responde mi hermano. —¿Qué? ¿Cómo?— le digo sorprendido —Vino hace un rato y empezó a ladrar en al puerta, como ya es costumbre—. El alma me regresa al cuerpo, mis ojos llorosos se secan casi mágicamente, siento que mi cuerpo es liviano otra vez. Lanzo un silbito cuidando que mis padres no lo puedan escuchar y él sale desde debajo de mi cama. Lo abrazo con fuerza, le digo que es un pendejito, le pregunto por dónde estaba, él no habla pero me mira y parece decir "Estaba cerca, no te preocupes, no seas huevón, yo te soy fiel, no me voy a ir, no te voy a dejar". Te quiero perrito, te quiero hermanito, te quiero hijito, te quiero papá, nunca te vayas, nunca me dejes, eres parte de mi vida y te quiero demasiado, y si algún día te debes ir hazlo cuando estés viejito, vete al paraiso de los perros y desde ahí cuídame y acompáñame, porque si bien no creo en Dios y quizás no tenga derecho a ir al cielo tú sí lo tienes porque eres puro, porque eres amable, amable de ser fácil de amar, y yo te amo, te quiero amigo mío. Te amo Titotín. Ya deja de ser tan pendejito y no te me pierdas así.
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