lunes, 3 de marzo de 2014

A un hombre en la Luna.

Miro el reloj, no hay nada que hacer, me siento en el escritorio, chapo mi lápiz y mi papel y empiezo. No sé qué escribir, no tengo idea, esta semana no hubo inspiración, no hubo sobresaltos, no hubo nada. Empiezo con una linea, una idea aparentemente buena, me quedo si ideas al final del primer párrafo y descarto el papel, es hora de empezar de nuevo.
Ya tengo un párrafo que quizás no sea interesante, que quizás no atrape a nadie, que quizás dé modorra leer, no importa, me quedo sin ideas y lo debo aceptar. Debo reconocer que estoy fallando, que me he dejado llevar por la pereza, que actualmente no leo ninguna novela o alguna otra cosa de valor literario. Debo admitir que me ganó la pereza y la vida fácil y barata de Bayly que él relata a buenas luces en su columna de los lunes en el Perú21.
Me he vuelto lector de columnas, leo columnas "baratas", me gusta leer cosas ligeras, me gusta acomodar mi trasero en una silla y leer las banalidades de gente a la que admiro, me gusta leer a Galdós y a Pedrito los sábados en la revista "Somos", quizás algún domingo a Betito en "El Comercio", e infaltablemente a Bayly. Admiro a ese tipo, y reconozco tener fuerte influencia de su estilo. Los demás son escritores de pacotilla, insufribles esclavos de complacer a su público. Bayly no, el escribe lo que a nadie le importa y aún así a todos les llega a importar. Escribe sobre la vez que se comió la tortilla de la señora que mantiene su casa en orden mientras estaba volando por efecto de sustancias nocivas y aún así es interesante. No me pierdo ninguna de sus columnas, lo envidio, lo envidio porque a pesar de su pasado "oscuro", ahora sigue siendo admirado, lo envidio porque no le faltan huevos para decir lo que piensa de la forma más elegante que conozco. Bayly, yo soy tu fan. Soy un escritor barato, ocasional, escribo fugazmente, escribo solo para decir "Yo escribo, soy un columnista sin columna", escribo para parecer interesante, escribo porque sí, porque tengo la esperanza de, algún día, ser un escritor medianamente reconocido y vivir de eso; y mientras eso sucede, me lleno de columnas, y también de cuentos, de lo que escriben mis conocidos y uno que otro desconocido fugaz.
Las columnas son fáciles, entendibles, son el pequeño, jugoso, dulce y helado racimo de uvas que te comes los domingo por las tardes, cuando ya estás en el apogeo de tu modorra, en tu marmotería, yo leo cosa corta, cosa pequeña, son las cerezas del día, cada columna es un pequeño viaje a la mente del autor y eso me gusta.
Ya dejé a los grandes, a Jodorowsky, a Verne, a Hawking, a Aristóteles, a Rousseau, a Pieper (aunque a pesar de leer su obra dos veces no entendí ni mierda nada). Y ni qué decir de Rayuela, ese libro es solo para los machos de la lectura, los devoradores de novelas, los que leen cosas importante, imponentes, de peso, de fama y de gloria. La última novela que leí fue "La lluvia del tiempo" de Bayly y eso demuestra lo que digo. Ahora yo leo columnas, son rápidas, digestivas, diversas y directas, dan en el clavo. Leo a los escritores de poca monta, los que pretenden ser miles de cosas, los que pretenden ser intelectuales, esos son los mejores, los que te engañan, te mienten, los que te hacen tragar el cuento de que sus vidas son más interesante que cualquier otra cosa y los que, al fin y al cabo, venden su producto con la mayor facilidad.
No me culpes, quizás me estoy perdiendo de grandes cosas. Quizás en vez del racimo de uvas pueda obtener la vid y el vino. Pero no, yo soy una marmota y en mi marmoteo literario me quedaré a vivir, pues si eso me hace feliz que los grandes se jodan y los chicos me pasen sus columnas.



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