jueves, 12 de junio de 2014

Otro sábado, esta vez, 26 de abril.

Lo primero que recuerdo es a mí caminando como idiota apresurado por los luminosos pasillos de un acusador pasillo. Mi vista, como ya es costumbre, era defectuosa así que encontrarla sería un trabajo difícil a no ser que ella se vea muchísimo más vislumbrante que el resto de gente alrededor y como era de esperarse , para bien o para mal, fue así.

Al acercarme, mientras mis labios dibujaban una sonrisa, noté que ella atendía una llamada telefónica. Llegó, entonces, mi amiga la curiosidad, pero obviamente preguntar eso sería un atrevimiento imperdonable, ¿quién era yo para preguntarle eso?, y peor aún, ¿cómo haría eso si había llegado tarde? Ella no merecía estar parada en medio de un montón de gente esperando mi desatinada llegada, cualquiera menos ella se merecía eso.

Ahora, mientras recuerdo esos momento me doy cuenta de que jamás me disculpé por llegar tarde. Me ofusca cuando alguien me hacen esperar — esto me remonta a una tarde fatídica, aquel día quise morir, quise retroceder el tiempo, quise no ser tan idiota y no haber tardado tanto así que si estás leyendo esto, tú, quiero que sepas que aquel día fui un imbécil me exaspera a sobremanera que alguien sea impuntual y esa vez yo fui ese sucio ser que tardaba en llegar.

Había que comprar dos pequeños papelitos que nos darían derecho a un par de horas de una historia fantastástica de las cual yo soy gran aficionado. Tuvimos que esperar mucho antes de ingresar a ver esta historia así que nos dirigimos a algún lugar un tanto aislado para platicar sobre temas de interes: un par de medias blancas, el clima, más medias blancas, tonterías y cosas de la vida. Esta plática me resulto, ni mucho menos, muy enriquesedora, pues pude despejar mis dudas más profundas acerca del universo y la vida.

La tarde anunciaba su fresco y era menester ir a adquirir las botanas. Mientras caminaba por un obscuro y tenebroso pasillo casi caigo y muero, ella jamás lo notó, ella nunca se imaginó que estuve a punto de abandonar este mundo e irme al otro. Subimos unas escaleras y nos sentamos, aún no iniciaba nada así que empezamos a jugar con palomitas, palomitas que sí podía volar, volaban desde la cubeta hacía sendos rostros y no faltaba una que otra que llegaba a terceros. Luego de una rato mi torpeza hizo que el grupo de personas de adelante terminara llena de palomitas, recuerdo que fue un momento extraño, risas y temores se mezclaban, la posibilidad de que el tipo que estaba sentado adelante se levante de su cómodo asiento y nos protestara tal actitud, nos hiciera pasar vergüenza, nos hiciera quedar como uno maleducados — aunque, debo admitir que esto no era novedad, recuerdo que cuando andábamos por ahí, nuestra alegría e inquietud incomodaba a los demás, andábamos dando manotazos al aire y ese tipo de cosas, principalmente, al momento de hacer filas. —  gracias al cielo esto no sucedió, sé que esas personas jamás leerán esto pero me gustaría darles las gracias.

Al aparecer las primeras imágenes nos sumergimos en una historia interrumpida por palomitas voladoras y no recuerdo que más. Reconoceré que amo esas historia, debo reconocer que quería ver la historia, que me emocionaba, que casi lloro, que me conmovió y que las escenas de lucha, aunque muy violentas, me agradaron. Sinceramente espera ver a mi máximo ídolo de la vida pero no apareció en ningún momento y solo se ganó un par de menciones.

Me quise quedar para las escenas finales, alrededor habían muchísimas palomitas en el suelo alfombrado, era ligeramente tarde y ella necesitaba irse. 

Hubiera deseado que ella se quedara un rato más, se despidió muy rápidamente, fugaz, apremiante. Es por esto que no recuerdo bien que ocurrió después, podría adivinar que hubo un volátil beso en la mejilla y una despedida sin sabor. Quizás era lo correcto, después de todo, habría otro día, quedaba el mañana. 


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