El tipo se acaba de sentar, interrumpe mis pensamientos hacia la ventana, mis ilusiones del futuro, mis planes, algunos buenos y otros maléficos, planes que, quizás queden en eso, planes. Lo miro sin sobresalto, lo miro sin mucho teatro, es un hombre viejo, mal acabado, mal vestido, es un hombre pobre. No me molesta su presencia, mientras no me moleste no tengo problema en compartir el asiento del bus, no me quejo, si no me gusta me compro un carro, no puedo comprarme un carro así que no me quejo.
El chofer maneja raudamente, sin prudencia, sin pensar en mañana, mañana te mueres y ¿quién le dará de comer a tus chanchitos, a tus niñitos?, que quizás son 4 o 5, y que seguro que les das su merecido porque eres un mal padre y no sabes cómo criarlos. Soy mal pensado, me imagino lo peor, soy desconfiado y por eso pienso eso, me dolería aceptar que ese hombre al volante le da una niñez feliz a sus niños. Soy rencoroso, rencoroso con todos y también conmigo, pero no digo nada, me aguanto, no me quejo, soy el buen Valdemar, el que nunca dice nada, el siempre bien dispuesto.
Pasaron pocos segundos y ya huele raro, huele a muerte, es típico, los enemigos del jabón ya empiezan a notarse, a aparecer. Sigo igual no me quejo, no sería caballeroso, esa gente hace lo que puede, tampoco puedo quejarme conchudamente, ¿quién nunca a obviado el baño matutino por frío o pereza?, ¿quién nunca ha sido traicionado por su agente antitranspirante?, Rexona sí te abandona, te abandona y te deja embarazado, empachado, relleno y rebosante de olores listos a salir.
Los olores siguen y, para amenizar la jornada, sube un joven vendedor de chucherías, tiene envuelto en un brazo una quena y sostenida con las dos manos un charango, qué artístico, qué talentoso, es muy difícil tocar dos instrumentos al mismo tiempo, lo admiro, me quedo huevón, miro su habilidad, miro cómo hace lo que sabe hacer, música, música para mis aburridos oídos, música de acá, música de mi país, me conmueve, me gusta, me convence, logra su objetivo, me saca unas monedas, el problema es dar monedas cuando uno mismo casi ya no las tiene pero no importa, después de mirar todo su show sería una mezquindad no darle lo que busca.
Ya casi llego a mi destino, me toca bajar, me toca pararme y escudriñar mis bolsillos, a ver si nadie me sacó nada, a ver si mis monedas siguen ahí. Permiso, vejete, ya me voy, ya me bajo, se acabó el chiste, muévete, pero no muevas los brazos, no quiero oler tus miserias. Avanzo, le digo al conductor "esquina que viene bajo" con voz de macho, con voz de malo, de amargado, para que me deje donde quiero y no se pase cuatro cuadras más y me obligue a caminar en este inmundo sol. No me mira, solo afirma con la cabeza, no importa, solo no te choques, no hagas nada estúpido, quiero llegar a mi casa sano y salvo, no quiero terminar en un hospital botando sapos y culebras por la boca, o peor aún, no quiero terminar en el más allá, solo déjame bajar y no me hagas caminar.
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