sábado, 16 de noviembre de 2013

Gracias Medellín, gracias Colombia.

No me gustaba esa ciudad, ese día era el último día de mi estancia en Medellín. Por la tarde mi vuelo partiría a Lima, mi hogar. Estaba solo por negocios en Colombia y era menester cobrar el último cheque de la jornada. Las cosas no habían salido muy bien aquí, así que solo quedaba regresar.
En tres horas partiría mi vuelo y antes de entrar al banco me tome la libertad de comer un emparedado, tenía tiempo y hambre. Una vez en el banco donde cobraría ese cheque, ya casi era mi turno para llegar a la ventanilla, fue una suerte tener mi pasaje de regreso a Lima ya adquirido. A pesar de haber sido un negocio bajo no me podía quejar, habían sustanciosas ganancias, no como otras veces, pero sí una ganancia. Sería el trabajo perfecto si es que no hubieran algunas cosas que detestaba hacer pero que eran totalmente necesarias en ciertas circunstancias.
Un auto frenó bruscamente en la entrada, encañonaron a los guardias y ninguno puso siquiera débil resistencia, no puedes esperar mucho de un par de barrigones que hace años que no disparan un arma y solamente la llevan en la cintura cual adorno navideño, y tampoco puedes esperar mucho si es que ni siquiera son capaces de correr 100 metros sin quedarse sin oxígeno, los guardias eran un desastre. Les quitaron sus armas y los golpearon e insultaron y ellos solo pudieron entregarse a la seguridad del suelo.
Los tipos entraron a la mala, gritaron, insultaron y dijeron algunas otras palabras típicas del vocabulario colombiano que no entendí; parece que era mi día de suerte.
Me apuntaba con su arma y vociferaba órdenes de que nos tiremos al suelo. Yo sabía que ellos no me querían a mí, solo robarían el banco y se irían con el botín, mientras yo no intente nada estúpido no me pasaría nada ¡qué me importa si roban el banco!, a los dueños de los bancos les sobra la plata, podrían fácilmente pagar un monto mayor que el botín a los asaltantes para que no irrumpan su preciada agencia.
Había una mujer de unos 50 o 60 años, lloraba, imploraba, rezaba a Dios como si los asaltantes la buscaran a ella, su voz era demasiado molesta y los asaltantes le decían que si no se callaba se iba a morir pero esta no les hacía caso, siguió haciendo un escándalo. "¡Vamos! ¡ya cállese!" le reclamé, como si yo estuviera del lado de los asaltantes, y estos no lo tomaron a mal, parece que aprobaron mi comentario, quizás hasta me incluian en su bando. ¿Es que acaso uno ya no puede robar un banco en paz? Mientras no maten a nadie todo estaría bien, todos saldríamos bien librados.
Eran tres tipos, con pasamontañas, cada uno armado con pistolas, no parecías duchos en el negocio, estaban nerviosos, efectivamente, eran principiantes. Todos estaban aterrorizados, y debo admitir que yo también sentí algo de miedo, es bien sabido que los nuevos tienden a ser muy reactivos, imprudentes, se les sale un tiro y la cagada. Aún no había heridos, eso era bueno, uno de ellos destrozó las cámaras de seguridad antes de ir por el botín, este día cada vez se ponía mejor.
Yo vestía un terno azul oscuro, camisa blanca, zapatos y corbata, era incomodo, y más si nos obligaban a permaneces tirados al suelo, la tipa ya se había callado, o mejor dicho, la habían callado, uno de ellos la golpeó en la nuca, la dejó inconsciente, qué desalmados, qué falta de respeto, era molesta pero no había necesidad de hacer eso.
Si me preguntan diría que ellos hicieron todo bien, a pesar de haber golpeado a una dama que no se lo merecía parece que tenían futuro como asaltantes, pero tuvieron mala suerte, escogieron el banco, el día y la hora equivocada, una pena.
Uno cuidaba la puerta; el otro, que parecía el jefe, nos custodiaba y era el que me había apuntado directamante a mí; y el tercero estaba reuniendo el dinero; en una bolsa ponía los pesos y en otra los dólares, qué conveniente. Ya todo estaba calmado y casi listo.
Qué raro, todo estaba perfectamente acomodado para sacarle buen provecho a una mala semana, no hay cámaras, tendrán que interrogar a todos para identitificarme, y se tardarán un par de horas, para cuando lo logren, si es que lo logran, ya estaré a medio vuelo hacía Lima, faltaban algo más de dos horas para mi vuelo y aún no aparecía la policía, estaba decidido.
Tenía siete disparos, no quería matar a nadie pero aunque no quisiera el de la entrada inevitablemente moriría. Mire al custodio, él estaba mirando hacia afuera, tomé mi arma, un disparo en el brazo, otro en la pierna. El tipo de la puerta empezó a dispararme, como loco, tomé el arma del primero sin antes agradecerle con tono burlesco, la descargué, fui hacia el segundo, un disparo al hombro y ya estaba fuera de carrera, creo que era el más joven, solo dejó el arma, la tomé y también la descargué. Tomé la bolsa de dolares y la metí en mi maletín, el tercero ya había vaciado su arma y estaba recargando, caminé hacia él y un disparo en el abdomen fue suficiente, no quería hacerlo pero era necesario, eso era lo que odiaba de mi trabajo, tener que matar a alguien, pero no fue mi culpa, él podría haber huido, ¿qué pensaba? ¿que aún tenía las cartas a su favor? ¿que podía detenerme?, era un principiante, hizo lo incorrecto y yo tuve que hacer lo que él me obligó a hacer. Antes de irme, como es necesario, exclamé: "Que alguien atienda a esos dos, este ya está muerto. Gracias".
Salí caminando, me acomodé el traje de un tirón a la solapa, las sirenas se oían a lo lejos así que me retiré tranquilamente, me crucé con algunas patrullas durante el camino pero nadie sospecharía de un hombre en traje caminando tranquilamente con una maleta llena de documentos aburridos y unos cuantos dólares.
Al llegar al hotel tuve tiempo de contar: 34 mil dólares, un par de cientos de pesos que quizás dejaría en el taxi camino al aeropuerto y algunos cigarros, detesto los cigarros, son una molestia y no son nada saludables. En TV nadie hablaba del robo o de los asaltantes, los testigos confundidos hablaban de mí, del tipo que les había ganado a tres asaltantes en su propio juego, nadie sabía quién era, me cambié el traje, me puse ropa cómoda, alisté mis maletas, bajé a la recepción, le comenté a la recepcionista descaradamente sobre la inseguridad de su país y ella mostró indignación, pobre, no tiene ni idea. Tomé un taxi, enrrumbé al aeropuerto y una vez dentro del avión, me despedí de aquella ciudad, tonta ciudad, casi me gana la partida pero logré sacarle buen provecho a mi estancia. Gracias Medellín, gracias Colombia.



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