sábado, 17 de agosto de 2013

No te vayas al bosque sin mí.

Wilson había decidido alejarse, dejar atrás esa vida en la ciudad que tanto lo había maniatado, alejarse de ese trabajo rutinario y  de horario marcial que casi ya lo había convertido en un bicho cual Samsa. No tenía familia, sus padres ya no estaban y no tenía hijos; compró una vieja cabaña a un leñador que acababa de fallecer, por esas épocas la vida en el bosque era más fácil, y algo de dinero no le faltaba, Wilson quería sentir la naturaleza, vivir como lo hacían antes sus padres, pues, siendo hijo de leñadores, pensó que la vida en la ciudad lo volvería un hombre moderno, parte de la creciente sociedad, que podía llegar a hacer grandes cosas, pero no fue así.
El bosque le proporcionaba comida y agua, tranquilidad que ningún lugar de París podía proporcionar. Pescaba en el río, cazaba animales, cortaba leña, estaba habituado, su niñez había sido de esa forma.
Una tarde, a las pocas semanas de iniciada su nueva vida, al salir a buscar leña como ya era costumbre, junto al camino del río, la encontró, ella estaba sola y sentada, no hablaba y solo dijo su nombre: Violeta; él la vio a los ojos, parecía perdida pero no preocupada, ella sonrió, Wilson no la pudo ignorar, se le acercó, se sentó, la miró, se sentía apacible, ella no necesitaba hablar para darse a entender, Wilson no preguntó, la acogió, la invitó a su hogar y le dio su confianza, su figura natural y lozana le parecía curiosa y casi mágica.
Pasaron las horas, la luna ya brillaba, él no se había preocupado en darle de comer, ella no parecía necesitarlo, y tampoco lo pidió, esa tarde y esa noche, solo el arrullo del río se escuchaba, ninguno había articulado palabras, parecían entenderse con con solo mirarse. Wilson no sentía hambre ni sed, ni frío, ni calor, desde que la encontró sus sentidos habían quedado atrapados alrededor de ella, pero en su condición humana sucumbió al sueño.
Durmió como nunca antes, durmió profundamente, durmió como si estuviese muerto, quieto, en silencio, en la obscuridad, no soñó, nada lo molestó, nada lo despertó y fue así hasta la tarde del día siguiente, había dormido como nunca, despertó tranquilo y buscó a Violeta, no estaba en ningún lado de la cabaña, se desesperó, sintió morir, quiso llorar, no habían pasado muchos minutos pero se sentía vacío y débil, indefenso y arrojado a la soledad, abrió la vieja puerta, y esta chirreó, y afuera, descalza y mirando hacia el bosque la encontró. Ella volteó la mirada lentamente, lo miró, y dijo: -Ya es hora, ya debo irme. Y Wilson, con los ojos llorosos replicó, sin dejar de mirarla a los ojos: -No te vayas al bosque sin mí, y si decides irte, llévame a la muerte. Las sombras iniciaban su tímida y lenta aparición, ella tenía una sonrisa en el rostro, demostraba compasión, pena y satisfacción a la vez, dio unos pasos, se le acercó, parecía flotar, lo tomó de las manos, y lo incitó a avanzar, la obscuridad llegaba, envolvía la escena mientras Wilson avanzaba hacía el bosque, ella se desvaneció, desapareció, pero Wilson jamás lo notó, jamás se detuvo, jamás regresó...




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