–¿Qué? ¿Por qué?
–No lo sé, solo pasó y ya.
–Pero yo nunca lo noté.
–Tú eres así, entiéndelo.
–¿No hay otra opción?
–No.
–Y ahora, ¿Qué pasará?
–Deberemos seguir con nuestras vidas, como antes de conocernos. ¿No?
–No me lo imagino.
–Sabías que tarde o temprano iba a pasar. ¿O en verdad creíste que duraría para siempre?
–¡Uno nunca piensa en eso! ¡Al menos yo no!
–No seas infantil, esto es lo mejor. ¿O prefieres una mentira?
–No sé cómo esto puede ser lo mejor, sin razón, de improviso, sin ninguna señal.
–Créeme, es lo mejor.
–Hay alguien más, ¿Cierto?
–Ya me tengo que ir, adiós.
lunes, 26 de agosto de 2013
sábado, 17 de agosto de 2013
No te vayas al bosque sin mí.
Wilson había decidido alejarse, dejar atrás esa vida en la ciudad que tanto lo había maniatado, alejarse de ese trabajo rutinario y de horario marcial que casi ya lo había convertido en un bicho cual Samsa. No tenía familia, sus padres ya no estaban y no tenía hijos; compró una vieja cabaña a un leñador que acababa de fallecer, por esas épocas la vida en el bosque era más fácil, y algo de dinero no le faltaba, Wilson quería sentir la naturaleza, vivir como lo hacían antes sus padres, pues, siendo hijo de leñadores, pensó que la vida en la ciudad lo volvería un hombre moderno, parte de la creciente sociedad, que podía llegar a hacer grandes cosas, pero no fue así.
El bosque le proporcionaba comida y agua, tranquilidad que ningún lugar de París podía proporcionar. Pescaba en el río, cazaba animales, cortaba leña, estaba habituado, su niñez había sido de esa forma.
Una tarde, a las pocas semanas de iniciada su nueva vida, al salir a buscar leña como ya era costumbre, junto al camino del río, la encontró, ella estaba sola y sentada, no hablaba y solo dijo su nombre: Violeta; él la vio a los ojos, parecía perdida pero no preocupada, ella sonrió, Wilson no la pudo ignorar, se le acercó, se sentó, la miró, se sentía apacible, ella no necesitaba hablar para darse a entender, Wilson no preguntó, la acogió, la invitó a su hogar y le dio su confianza, su figura natural y lozana le parecía curiosa y casi mágica.
Pasaron las horas, la luna ya brillaba, él no se había preocupado en darle de comer, ella no parecía necesitarlo, y tampoco lo pidió, esa tarde y esa noche, solo el arrullo del río se escuchaba, ninguno había articulado palabras, parecían entenderse con con solo mirarse. Wilson no sentía hambre ni sed, ni frío, ni calor, desde que la encontró sus sentidos habían quedado atrapados alrededor de ella, pero en su condición humana sucumbió al sueño.
Durmió como nunca antes, durmió profundamente, durmió como si estuviese muerto, quieto, en silencio, en la obscuridad, no soñó, nada lo molestó, nada lo despertó y fue así hasta la tarde del día siguiente, había dormido como nunca, despertó tranquilo y buscó a Violeta, no estaba en ningún lado de la cabaña, se desesperó, sintió morir, quiso llorar, no habían pasado muchos minutos pero se sentía vacío y débil, indefenso y arrojado a la soledad, abrió la vieja puerta, y esta chirreó, y afuera, descalza y mirando hacia el bosque la encontró. Ella volteó la mirada lentamente, lo miró, y dijo: -Ya es hora, ya debo irme. Y Wilson, con los ojos llorosos replicó, sin dejar de mirarla a los ojos: -No te vayas al bosque sin mí, y si decides irte, llévame a la muerte. Las sombras iniciaban su tímida y lenta aparición, ella tenía una sonrisa en el rostro, demostraba compasión, pena y satisfacción a la vez, dio unos pasos, se le acercó, parecía flotar, lo tomó de las manos, y lo incitó a avanzar, la obscuridad llegaba, envolvía la escena mientras Wilson avanzaba hacía el bosque, ella se desvaneció, desapareció, pero Wilson jamás lo notó, jamás se detuvo, jamás regresó...
miércoles, 7 de agosto de 2013
Ojos rasgados.
Todo comenzó mientras miraba por la ventana de micro donde viajaba rumbo a mi casa al terminar la jornada de estudios. El día transcurría normal; todo estaba yendo según mis planes - ya que tengo la manía de planificar lo que estoy por hacer- la mayoría de veces las cosas pasan como las había planificado, pero hoy no, hoy era un día diferente.
Al inicio de la ruta, hay un instituto, y mi salida coincide con la de ellos. Pasaba la vista sobre los estudiantes de aquel lugar -y a veces uno desea tener el afamado "fierro golpeador de parejas felices", artículo producido por el vlogger Garmendia- nada fuera de lo normal; seguía mirando y el bus se detuvo y ahí, la vi. Ella tenía un rostro peculiar, un gesto acogedor, unos ojos ligeramente rasgados, labios finos, mejillas suaves, cabello negro y corto, de atuendo simple.
Pasó quizás medio segundo antes de notar que hablaba con un tipo y por primera vez en mi pragmática vida, envidié a una persona, lo envidiaba de una manera agradable, lo envidiaba como un caballero de honor que no cede a sus impulsos sentimentales, parecía una buena persona, de gesto amable y actitud apacible, nada para -en mi mente- creer que yo debería estar ahí.
Ella lo miraba a los ojos, parecía tratar de disuadirlo, ligera sonrisa, rostro hacia abajo pero miraba fija, cejas e iris junto, indescriptible pero usual. Atrajo mi atención, esa mezcla de belleza, sanía, tranquilidad que formaba una burbuja encerrándolos, me sentí afuera, me sentí en el páramo, fuera de protección, acosado por la realidad. Quería ser él, quería esa mirada complice y amielada para mí, quería al menos por unos segundos, en un sueño, ser de ella.
El bus avanzó, mi humanidad me obligó a dejar de mirar hacia atrás, regresé a la realidad, a mi realidad, en donde la misma gente aburrida y poco o nada interesante me rodeaba. Es difícil encontrar a alguien diferente, a alguien que me interese, a alguien que no sea vacía. Casi todas las personas, según yo, son muy parecidas y relativamente predecibles para mí. Todo trancurría igual otra vez, no la volveré a ve. Ella nunca sabrá que le dediqué minutos de mi existencia a quererla. Ella nunca sabrá de estas líneas ni del que las escribió. Nunca sabrá de mi existencia y tampoco de mi interés.
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