Siete de la mañana, entre sobresaltos y empujones había logrado subir al transporte público que lejos está de descripciones quiméricas, mi santo favorito: San Carmelio de Huaya no sé qué cosa, SAC. Para la mayoría de personas esa hora es temprano, para mí y mi viaje de 90 minutos, no.
Mi querido profesor de Teoría Monetaria Internacional, quien es un pan de dios, solo tenía la paciencia de esperar cinco minutos de tardanza antes de convertirse en un ser maligno y sin alma y luego de eso se embarcaba en una clase maestra no de Teoría Monetaria Internacional dirigida a los estudiantes —quienes habían llegado a esa "prestigiosa" casa de estudios venciendo un monstruoso examen de admisión— sino en una clase maestra de "cómo no ceder antes las miradas afligidas y llenas de falso arrepentimiento que buscan ser absueltos de su condena y piden con muecas extrañas entrar media hora tarde al aula" dirigida a los demás catedráticos quienes no daban importancia a este asunto.
Ya había previsto que no ingresaría a clase ni aunque le vendiera mi alma al mismísimo satanás, ya sabía que terminaría sentadito y bien calladito en las bancas de los pasillos de la facultad y así fue. Se me ocurrió tocar la puerta, tres toques asesinos que interrumpirían su clase y me comprarían su rencor hasta el final de los tiempos.
— Buen día, Señor Ponce, ¿lo puedo ayudar en algo? — dijo abriendo ligeramente la puerta.
— Ponce de León, es así, completo.
— Como sea, buen día, ¿qué desea? — un cordero del señor el muy miserable.
— Buen día, Profesor Cisneros, disculpe por llegar tarde, ¿podría pasar? — era extraño que abriera la puerta, algo tramaba.
— Mmmmh... Me temo que eso será un problema. — dijo con una tenue sonrisa maliciosa y burlona — ¿tiene usted idea de la hora que es?
— Oh, disculpe usted, permítame revisar en mi reloj... ocho de la mañana con 37 minutos. — respondí con sarcasmo.
— Exacto, es ya muy tarde, ¿por qué cree usted que debería pasar a pesar de llegar tarde?
— En serio, profesor, tuve un problema en el camino.
— ¡Un problema!, ¡qué terrible!, por favor, podría contarnos lo que viene a ser su muy seguramente bien elaborada historia, quizás alguien aquí le crea y se apiade de usted — para esto él infeliz ya había abierto la puerta del aula en su total capacidad y exclamado llamando la atención de los estudiantes.
— Profesor...
— Disculpe usted, señor Ponce, necesito dictar mi clase, quizás en la próxima oportunidad pueda no infortunar con su tardanza, ya conoce las reglas, que tenga buen día. — finalizó y cerró la puerta.
— Su puta madre tendrá buen día, infeliz. — dije como si él siguiera en la chamorra, para mi suerte, las aulas aíslan el sonido.
Luego de esta divertida conversación no tenía otra opción más que esperar las tres horas de aquella clase afuera y, con algo de suerte, abordar a algún desprevenido para que me preste sus apuntes, mujer, de preferencia, ellas tienen el don de los apuntes de clases, y si algún chico tiene el don pues no estaría bien pensar que es una linda mariposa del campo pero yo lo hago. Me puse los audífonos a ver si, de milagro, mi playlist soltaba algún buen tema para el momento y simplemente me senté con cara de "yo no sé nada, el profe no quiere abrir" y me empecé el bello arte de marmotear en la universidad. Luego de un rato me propuse a leer algunos apuntes, a aprovechar el tiempo, a no ser una marmota más y buscando algún apunte entre toda la maraña de apuntes que posee mi mochilita marrón encontré un pequeño cuento, uno que quedo incompleto, uno que no terminé porque, como cada cierto tiempo, me quedo totalmente frío y mi mente no puede escribir nada. Me dispuse a continuarla con cero inspiración, mataría el rato, escribiría y mataría una historia por simple aburrimiento.
— ¿Haciendo la tarea a último momento? — apareció una voz a la que no tuve la cortesía de dirijgir la mirada.
— Esto es la universidad, acá no hay tareas, eso es muy de escolar.
— Tienes razón, entonces: ¿Haciendo monografías a último momento?
— Bueno fuera que las hiciera a último moment...
Finalmente alcé la mirada y ¡PUM!, en mi sucia vida había visto chica más adorable, o quizás sí, pero hacía mucho que no lo hacía. Se notó mi impresión, mi embeleso, ella lo notó, me quedé cojudo como por dos segundos y luego recuperé la seriedad y la serenidad.
— ...to, último momento.
— Entonces, ¿qué escribes?, ¿puedo preguntar?
— Escribo, un cuento, creo, no sé, no estoy seguro.
— ¿Escribes? No tienes pinta de persona que escribe.
— Se les dice escritores. — Le dije con una sonrisa para suavizar mi tono burlesco.
— No, no eres un escritor, eso no lo decides tú, creo que eres... a lo mucho un escribidor. — puso seriedad al asunto.
— ¿Insinúas que mis cuentos son malos? — fingí enfado.
— No necesariamente. ¿De qué habla es tu cuento? — volviendo a ella esa aura de encanto.
— Es una pequeña historia que narra las vivencias de alguien en la propiedad de su abuelo.
— ¡Aburrido!, ¿pasa algo extraordinario?, ¿encuentra oro o algo así?
— Claro que no, ese alguien tuvo una niñez tranquila. — sonreí ante su ocurrencia, ocurrencia que me parecía difícil de hallar.
— Seguro que hablas de ti, ¿cierto?
— Espera, a todo esto... ¿cómo te llamas? No puedo seguir contándote sobre algo tan importante sin saber tu nombre.
— Emm... ¡es cierto!, Camila. ¿Tú?
— Luciano.
— Muy bien, Luciano y dime: ¿eres tú el del cuento?
— Jamás lo sabrás, me gusta el beneficio de la duda.
Se paró repentinamente del asiento, su cabello rizado saltó con ella, repartió su aroma en el lugar y caminó algunos pasos, y luego de unos segundos volteó.
— ¿No vendrás?
— Em... ¿A donde exactamente?, Camila.
— No lo sé. Solo ven, ¿no estarás pensando quedarte en este pasillo frío y desperdiciar el sol de la mañana?
— La verdad es que soy medio vampir...
— ¡Apúrese, Luciano!
Me levanté, la seguí, ella cada segundo más adorable que el anterior, yo cada segundo más extrañado que el anterior, salimos del edificio y el sol tibio arrulló mi rostro. Ella se detuvo, una brisa movió sus rizos a los que ya me estaba habituando me miró, miró hacia su derecha y luego hacia su izquierda, levantó un brazo señalando a una banca en medio de los árboles que ofrece la ciudad universitaria cual niña en medio del parque y dijo: "allá", caminamos hasta aquel lugar y lo demás... lo demás es historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario