sábado, 21 de junio de 2014

El gato Pardo.

El gato Pardo vivía en una quinta Victoriana allá por los 1860 en los albores del Perú independiente. Era muy viejo y tenía un maltrecho aspecto, era lento y parecía muy inteligente, era de color marrón claro y tenía un ojo verde y el otro, extrañamente, azul. Este, siempre posado sobre la gruta construida varios años atrás de San Martín de Porres, observaba con marcada misantropía a todos los integrantes de esta quinta, como si los controlara, como si los supervisara.

Nadie era el dueño de gato Pardo, tampoco nadie sabía de dónde había venido y nadie sabía si Pardo era su nombre o se lo llamaba así porque era, propiamente dicho, pardo. El gato Pardo recibía sus viandas de la caridad de los humildes habitantes de la quinta y, durante la noche, este nunca estaba sobre el lugar habitual. Tampoco se le había visto dormir ni maullar, parecía parte de la gruta, sosegado sobre la roca húmeda y verdosa del sacrosanto rincón.

Había una extraña mujer que cada cierto tiempo venía a visitarlo, lo miraba, lo acariciaba, y luego, así como aparecía, desaparecía. Tampoco nadie sabía quién era ella y a nadie le importaba, los esfuerzos de las personas estaba en comer y trabajar.

Cierto día, al anochecer, se oyó un maullido doloso, de dolor, corto y seco. Por supuesto, nadie se tomó la molestia de salir qué había ocurrido, nadie se preocupó por un gato. A la mañana siguiente, al salir de la quinta, los habitantes, sorprendidos, encontraron al gato Pardo muerto y frío sobre los mosaicos rústicos del la calle recorrida por viejas y escandalosas carrozas. 

Fue entonces que se decidió enterrarlo, él, como integrante del lugar, se había ganado un lugar en el misero corazón de cada uno de los habitantes que a pesar de su notoria indiferencia lo habían tenido presente. Un joven se dispuso a cavar un pequeño agujero y ahí se lo dejó para que pasé al otro mundo. La historia habría quedado ahí si es que algo extraño no hubiera pasado.

Al día siguiente del defectuoso sepelio, y entre el asombro de todos, durante la mañana húmeda y encima de la gruta, el gato Pardo había amanecido, posado, tranquilo, ensimismado y apacible sobre la imagen del santo. Parece que nadie quiso saber lo ocurrido, nadie se lo preguntó, nadie decidió indagar y de eso no se volvió a hablar. Solo una persona trató de saber qué ocurrió, no había duda de que era el gato Pardo pero ¿cómo este había logrado sobrevivir, o mejor dicho, revivir?

Al atardecer, esta persona, en su desesperado intento por la verdad, por el secreto que el viejo felino ocultaba, lo tomó con gran delicadeza y al rodear sus manos entre su gollete, lo apretó y de un modo seco, acabó y apagó la vida del misterioso animal. Lo envolvió en un costalillo de arroz y lo enterró lejos.

Esto fue inútil ya que el gato apareció, una y otra vez ante cada vehemente intento de asesinato. No importa lo que él hiciera, cada vez el gato Pardo retornaba y aparecía ahí, sin recelos, sin rencores, sin miedo a su agresor. 

Es graciosa la razón por la cual les cuento esto, hace unas noches, mientras veía la insípida televisión, el gato Pardo entró por mi ventana, me vino a visitar, se posó sobre la cola del viejo aparato y desde ahí me observo. ¡Oh!, viejo amigo, has venido a verme, mucho tiempo ha pasado desde la última vez y ya te había extrañado. ¿Cómo sé que es el gato Pardo? Simple: los ojos de la víctima y sus secretos revelados durante la noche enloquecida son imborrables ante la mente de fiel y eterno ejecutor.




domingo, 15 de junio de 2014

Lienzo de Lira.

Lienzo en blanco
en tono de lira
casa de migas
de eras perdidas.

De paleta tecnicolor
a pálido lirio
de suave olor
a bello olvido.

Medido con treces 
de suave fricción
vivido en plata
con hondo tesón.

La mano maestra
alumbra creación
el dedo herido
asombro y pasión.

Rojas que caen
y blancas las cubren
el trazo sosegado
a media cumbre.

Craso error
se ha cometido
falso valor
se ha perdido.

Urgido de belleza
el dedo herido
borra con sangre
el yerro furtivo.

Al fuego.



jueves, 12 de junio de 2014

Otro sábado, esta vez, 26 de abril.

Lo primero que recuerdo es a mí caminando como idiota apresurado por los luminosos pasillos de un acusador pasillo. Mi vista, como ya es costumbre, era defectuosa así que encontrarla sería un trabajo difícil a no ser que ella se vea muchísimo más vislumbrante que el resto de gente alrededor y como era de esperarse , para bien o para mal, fue así.

Al acercarme, mientras mis labios dibujaban una sonrisa, noté que ella atendía una llamada telefónica. Llegó, entonces, mi amiga la curiosidad, pero obviamente preguntar eso sería un atrevimiento imperdonable, ¿quién era yo para preguntarle eso?, y peor aún, ¿cómo haría eso si había llegado tarde? Ella no merecía estar parada en medio de un montón de gente esperando mi desatinada llegada, cualquiera menos ella se merecía eso.

Ahora, mientras recuerdo esos momento me doy cuenta de que jamás me disculpé por llegar tarde. Me ofusca cuando alguien me hacen esperar — esto me remonta a una tarde fatídica, aquel día quise morir, quise retroceder el tiempo, quise no ser tan idiota y no haber tardado tanto así que si estás leyendo esto, tú, quiero que sepas que aquel día fui un imbécil me exaspera a sobremanera que alguien sea impuntual y esa vez yo fui ese sucio ser que tardaba en llegar.

Había que comprar dos pequeños papelitos que nos darían derecho a un par de horas de una historia fantastástica de las cual yo soy gran aficionado. Tuvimos que esperar mucho antes de ingresar a ver esta historia así que nos dirigimos a algún lugar un tanto aislado para platicar sobre temas de interes: un par de medias blancas, el clima, más medias blancas, tonterías y cosas de la vida. Esta plática me resulto, ni mucho menos, muy enriquesedora, pues pude despejar mis dudas más profundas acerca del universo y la vida.

La tarde anunciaba su fresco y era menester ir a adquirir las botanas. Mientras caminaba por un obscuro y tenebroso pasillo casi caigo y muero, ella jamás lo notó, ella nunca se imaginó que estuve a punto de abandonar este mundo e irme al otro. Subimos unas escaleras y nos sentamos, aún no iniciaba nada así que empezamos a jugar con palomitas, palomitas que sí podía volar, volaban desde la cubeta hacía sendos rostros y no faltaba una que otra que llegaba a terceros. Luego de una rato mi torpeza hizo que el grupo de personas de adelante terminara llena de palomitas, recuerdo que fue un momento extraño, risas y temores se mezclaban, la posibilidad de que el tipo que estaba sentado adelante se levante de su cómodo asiento y nos protestara tal actitud, nos hiciera pasar vergüenza, nos hiciera quedar como uno maleducados — aunque, debo admitir que esto no era novedad, recuerdo que cuando andábamos por ahí, nuestra alegría e inquietud incomodaba a los demás, andábamos dando manotazos al aire y ese tipo de cosas, principalmente, al momento de hacer filas. —  gracias al cielo esto no sucedió, sé que esas personas jamás leerán esto pero me gustaría darles las gracias.

Al aparecer las primeras imágenes nos sumergimos en una historia interrumpida por palomitas voladoras y no recuerdo que más. Reconoceré que amo esas historia, debo reconocer que quería ver la historia, que me emocionaba, que casi lloro, que me conmovió y que las escenas de lucha, aunque muy violentas, me agradaron. Sinceramente espera ver a mi máximo ídolo de la vida pero no apareció en ningún momento y solo se ganó un par de menciones.

Me quise quedar para las escenas finales, alrededor habían muchísimas palomitas en el suelo alfombrado, era ligeramente tarde y ella necesitaba irse. 

Hubiera deseado que ella se quedara un rato más, se despidió muy rápidamente, fugaz, apremiante. Es por esto que no recuerdo bien que ocurrió después, podría adivinar que hubo un volátil beso en la mejilla y una despedida sin sabor. Quizás era lo correcto, después de todo, habría otro día, quedaba el mañana.