sábado, 8 de diciembre de 2018

Recuerdos



Mis primeros meses felices dentro de una burbuja, un reciente logro importante. La decepción, el alejamiento, la ausencia y una inocencia inútil sostenida en alto. Un año vacío acompañado de Kanaku y el Tigre, 2014. Un buen tiempo sin sobresaltos, sin anhelos, sin expectativas ni decepciones, había paz. Alguien llamaba mi atención mas yo no estaba para eso. Pronto, un encuentro casual pero en el fondo planeado, cambié de parecer. Luego, entre risas y palabras nerviosas, fugaces y sin mucho sentido, pupilas oscuras y profundas. Era el fin de meses vacíos. Era el fin del letargo. Algo me decía que lo valía todo, que había que dar lo mejor y así lo hice. El verano que golpeaba con fuerza. The Lumineers siempre en mi cabeza y mis oídos. Ese ventoso lugar era testigo de prometedores tiempos. La incertidumbre, el no saber, la ansiedad. El deterioro, residuos, cenizas. Me cortaron la cabeza, no lo esperaba pero lo sospechaba. Regresaba a mi habitación. El ceño siempre fruncido, The Killers sonaba por todos lados y a todas horas, alguien jugaba en el lugar donde crecí. No lo sabía. Mentiras, ausencia, indiferencia, inseguridad. Yo no era suficiente, nunca lo fui. Perdí la noción del tiempo. Ese no era un buen lugar, no me sentía bien mientras recorría los pasillos del lugar, pasaba raudo y de perfil bajo, entraba a clases y regresaba a casa. Una fiesta, cero expectativas, Barranco, fotografías, semanas agradables bajo un sol tenue y renovados tiempos. Nada pasó y estuvo bien. 

Sin darme cuenta y con aires renovados, volví al lugar donde fui tremendamente feliz, había pasado el tiempo, tenía esperanza, había cambiado, crecido, había terminado de salir de mi zona de confort. Fue un error. Era más de lo mismo. Más de nada. El tiempo siguió en incertidumbre. No sabía parar, no sabía cómo. Conseguí trabajo, los días corrían ahora apacibles. Visitaba una conocida panadería en la mañana, compraba algunos dulces presuntamente de origen francés, no se sabe a ciencia cierta a decir verdad y luego iba camino al trabajo, mi turno empezaba a las 3 de la tarde pero visitaba fugazmente el lugar a las 10 de la mañana a dejar presentes. Algo pasó, renuncié, empecé a detestar ese lugar, No me sentía bien cerca, me alejé. Visité un joyería en Miraflores, eran alrededor de las 9 de la noche, terminé en otro lugar de Lima, alcoholizado y oyendo Fleetwood Mac. Alguien especial volvía y los días corrían mejores que desde hace muchos meses. 

Mamá caía enferma y los tiempos volvían a ser difíciles. Empezaba a darme cuenta que uno puede prescindir de las personas cuando mamá está mal. Largos meses visitando el hospital. A veces salía molesto, los doctores no tenían respuestas. Muchas otras veces salía llorando, tratando de que mamá no se diera cuenta. Me despedía de ella con el corazón roto. Evitando también que nadie más se diera cuenta, mirando al piso si era necesario y aguantando hidalgamente. Dejar a mamá ahí era desgarrador. Soñé un día que mamá estaba en casa, que caminaba libremente, fui feliz, desperté, me resigné, lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo. Fueron 7 meses sin ella en casa, eso no era vida. Meses aparentemente positivos pasaron. Recogimos unas placas de mamá. Ella tenía que ser internada otra vez. Una pelea en el auto, muchos gritos en medio del tráfico. Tenía ganas de salir corriendo y que algún conductor desafortunado me atropelle. Estaba roto pero resistí, era la segunda vez en mi vida que mi hermano, siempre tan severo conmigo, siempre tan duro, trataba de consolarme. La primera fue cuando teníamos él 10 y yo 8. Cuando éramos niños eran tiempos realmente duros, las más duras épocas de la vida que prefiero no recordar. No sabía cómo consolar a mamá, la vida parece tan absurda cuando eres incapaz de hacer algo por alguien. Meses pasaron, aún ronda ese fantasma. Aún me asusta. 

Espera por algo mejor, siempre. Es lo que hay, es lo que siempre queda al final. No había aprendido nada y regresé. Al parecer la esperanza es lo último que soy capaz de perder. Nadie creía que hacía lo correcto, solo yo. Una llamada en la noche, un encuentro, una conversación, estaba quebrado pero lo intenté. Estaba equivocado otra vez. Un viaje. Un me nació que acabó conmigo. Meses pasaron, entre idas y vueltas finalmente volví a mí. Otra fiesta, pecas que aún recuerdo, y un corazón que valía oro. Cervezas en un parque que era para mí ya un lugar conocido. Corría días apacibles, noches agradablemente cálidas. Cosas pasaron, me fui, no era mi lugar, yo no estaba a la altura. 

La muerte de mi perro me golpeó como no imaginé, hoy vi una foto de él y lloré, era enormemente bello y noble y yo lo amaba. Era mi hijo y lo extraño demasiado, extraño hablarle y tenerlo cerca. Espero que ellos sí vayan al cielo, porque si este existe, él se lo merece. 

Los meses corrían sin sobresaltos, me alejé de muchas personas y conocí varias otras. Nada importante pasó en estos meses. Hoy solo ansío el mar. Con el tiempo te das cuenta de que casi nada realmente importa, más allá de papá y mamá. Uno debe seguir solo con lo necesario y eso bueno y está bien. Entonces ahora pretendo pararme de este asiento, decirle a mamá que la quiero mucho y darte las gracias a ti por leer.

domingo, 14 de agosto de 2016

La plazuela.

Era un tarde que pronto se convertía en noche, recuerdo que había bajado algo de niebla y la humedad estaba a flor de pie. La plazuela que estaba conformada en su mayor parte de veredas atravesadas por rajaduras y asientos de madera e hierro era parte mi de ruta hacia casa y mientras caminada y la niebla se hacía menos densa a mi alrededor divisé a los lejos una silueta, era un tipo, parado ahí, en medio del lugar. A medida que me acercaba, noté que también había una chica exactamente frente a él, ellos estaban ahí, uno frente al otro en medio de la plazuela, bajo luces amarillas y rodeados de suave niebla.

Oh, el amor, pensé yo. Cosa tan extraña, creo que pocos o nadie lo entiende. Y por un instante sentí esa tersa pero insana envidia que llevo en el corazón desde hace unos años pero que siempre es consolada por el hecho de que algún día, esas parejas felices del mundo, terminarán. No intentaré defenderme, soy un malvado.

Pero qué equivocado estaba. Ellos estaban uno frente al otro y solo estaban agarrados de una mano. La mano libre de ella se acercaba al rostro de él en un intento de borrar el hilo de lágrima en su mejilla y que proyectaba la luz amarilla del lugar. Ella lo está dejando, lo está terminando ―pensé. Es extraño cómo una una larga historia entre dos personas termina en un plazuela, a los ojos de un curioso que pasaba por ahí. Vamos hombre, sé fuerte, no pasa nada, ¿por qué dejas salir esa lágrima frente a ella?, eso no es nada caballeroso, hidalgo pantalonezco. Eso no se hace, no importa cuánto uno lo sienta, uno no le puede hace eso a la otra persona, no es justo, la vida es así y todos nos tenemos que aguantar.

Solo miré un instante, y en ese instante pude captar lo que sucedía, simplemente eso, el desamor. Parece ser que este es mucho más simple que su contrario, la cosa ya no respira, ya no pasa nada, ya estás de salida. Y entonces la ligera envidia que sentía se desvaneció, aún así, en mi malicia, una leve sonrisa se apoderó de mi rostro solo un instante. 

Mientras seguía mi camino volví a regresar la mirada, ella lo había soltado y se empezaba a girar para alejarse. A todos les ha pasado pero no a todos nos echan una mano. Me acerqué, y solo alcancé a decirle "ni modo, hermano, la vida sigue" y a darle unas palmadas en la espalda. Yo no esperaba una repuesta ni mucho menos pero a veces menospreciamos el poder de un acto tan simple. El tipo me miró y dio un suspiro, "tienes razón, carajo, tienes toda la razón", se ajustó la mochila al hombro y en la niebla desapareció.


lunes, 2 de mayo de 2016

Con un buen pan bajo el brazo.

Es bien sabido por mí que Katrina ha demostrado un nivel de hipocresía increíble. Esto no me preocupa ni afecta en lo más mínimo. Sé que ella me es infiel, me es infiel de todas las maneras posibles, pero eso solo ella y yo lo sabemos. Ella sabe que yo sé y pues hemos hecho un pacto tácito, insano, podrido, de fingir que nada ocurre, de llevar la fiesta en paz, al fin y al cabo yo también lo he sido, aún lo soy, y muy probablemente lo seguiré siendo. Ahora bien, ustedes podrían interrogarse por sobre qué recita esta historia y cómo llegué a esta situación tan, aparentemente, contraproducente. Y eso es algo que me propongo contar en las siguientes líneas.

Corría el año 2010, yo cursaba el noveno ciclo de Derecho en alguna universidad de renombre de la cuidad y pues ahí la conocí. Llevábamos Derecho Tributario III, yo por primera vez, y ella, por segunda o quizá tercera vez. Las amistades fluyeron y fue así como emprendimos un noviazgo calenturiento y encaminado a los excesos - siempre los dos, disfrazados de ovejas blancas del rebaño - que luego pasó a ser una relación un tanto menos exaltada y desenfrenada.

Tiempo antes de conocerla, en ese curso de satanás, Katrina había sido, expresamente, y sin obviar la parte legal, borrada de la lista de herederos de su abuelo materno por pedido de su madre, quién había observado en ella a un borrego camino al matadero de la vida. La señoras Montes, quien, con amplísima sabiduría de vieja estirada, no había sabido cómo criar a niña tan caprichosa, no tuvo mejor idea que amenazarla con dejarla en la completa ruina si no le ponía dos centavos de orden a su vida. Al principio resultó ser una mala idea y Katrina, más allá de comprender que todo se estaba yendo al carajo en su vida y que esto seguiría así si ella no cambiaba, decidió emprender una encarnada guerra contra sus padres, quienes aún, desde luego, la acogían en casa. Pero luego, esta afrenta sería vista como el motor de un aparente cambio.

En esta parte de la historia aparece este humilde servidor: el noviazgo fogozo y desenfrenado para luego pasar a ser uno lento, pasivo, tranquilito y bien apaciguado. La vida de excesos no es lo mío así que lo alocado no duró mucho gracias a mi esfuerzo. Prontó pensé lo mismo que la madre de Katrina: "Esta desgraciada se está yendo de cara a la vida derrochadora y englobada en el dinero de ajeno". Tomandas mis cartas en el asunto y con toda la buena intención del mundo de mi parte, mi accionar tuvo efecto en ella y al parecer, mis métodos eran más efectivos que los hostiles métodos de sus padres y, finalmente, Katrina decidió portarse como niña buena. Se compró varios dólares de orden y se encaminó en el camino de la responsabilidad.

Sus padres, desde luego, quedaron encantados por el logro que yo, aparentemente, había logrado. Y fue así como me convertí en el engreído de la familia. Por supuesto, mis intenciones de hacerle notar a ella que no estaba haciendo las cosas de la mejor manera no estaban acompañadas de ningún motor malicioso ni mucho menos. Las cosas tomaron un curso por menos excepcional, Katrina fue integrada, nuevamente y por orden de su madre —quien a estas alturas ya era la mandamás del condado puesto que su padre no era más que un papanatas sacolargo y babosón que le decía sí en todo a su esposa porque creo que era un... buen tipo—, a la listas de los documentos que acreditaban su "regeneración" y le daban derecho a una cuantiosa, jugosa, enloquecedora, parte de la fortuna de su abuelo que, a decir verdad, ya estaba más allá que acá. Este mérito logrado por mí no sería sino también recompensado, siendo mi nombre puesto en la ampulosa lista de los deseos. El plan fue bien simple: me hago al avergonzado, al que no era para tanto, al que no desea estar ahí, los endulzo con la cortesía del bufón de castillo que manejo bien y listo, mi sillón estaba acomodado.

No había, sin embargo, advertido, que esto sería una atadura casi tan engorrosa como un matrimonio consumado por el mismísimo Jesús santo hijo de Dios y amante encubierto de la bienaventurada María Magdalena, amén. El hecho era que, en cierto modo, yo había sido el elegido por la familia para estar, el resto de mi vida, en deuda con ellos por figurar en la lista de ganadores y; Katrina, del mismo modo, y aunque pareciese que sus padres (de hecho solo su madre) le habían otorgado su confianza, esto no era así y pues existía un pacto bajo la mesa, con dinero de por medio que ella y yo percibíamos mensualmente, que consignaba nuestra unión como seguro de que ella no se decarrilaría y yo sería su ancla a tierra firme como ya lo había demostrado ser todo este tiempo.

Al tiempo confirmé este pacto con el cotilleo de las tías entrometidas, las cuales tenía encantadas, que me alcanzaron ciertos pasajes de las conversaciones madre-hija. Katrina había sido, sutilmente, advertida de las consecuencias de hacerme alguna jugarreta que motivara mi alejamiento. Pues, su madre, como toda una de estas conservadoras del antiguo Lima ya la había "amarrado" por todos los días de su existencia y hasta el mismísimo día del juicio final, a mí.

Es así como llegué, llegamos, ella y yo, a una situación en donde, evitamos a toda costa perder el benefacto monetario por parte de su madre. Fue así como, llegada la relación a su ocaso que anunciaba el fin del chiste, montamos la clase magistral de actuación con la que Pablo Saldarriaga sueña cada noche. Mantenemos hasta hoy la imagen de pareja perfecta que mensualmente recibe sus beneficios monetarios, que semanalmente lleva los enseres para el almuerzo dominguero, en donde las preguntas sobre matrimonio no hacen esperar y son sagazmente esquivadas cual ladrón de cuatro esquinas que esquiva transeúntes y hombre de la ley por nosotros, como si nos leyeramos las mentes, mentes maliciosas en busca de dinero que trabajan para el mismo fin. 

Al fin y al cabo lo que queda es esperar el hecho que nos libere de este show, de esta patraña benefactora de la codicia que llevamos en hombros. Nuestros cálculos han sido erróneos hasta el momento, Katrina y yo, seguimos en el show de la pareja perfecta por tiempo indeterminado ya que cada vez que el abuelo está por dar el salto, por dar el pasito, llega Jesús, todos sus santos, el mejor médico de Estadosunidoslandia a darle más tiempo con nosotros y esa herencia no se reparte a la parejita feliz, la que, en los 3 primeros segundos de el sensible fallecimiento del vejestorio, se separará de la forma más absurda y se irá, cada quien y sin hijo ni matrimonio de por medio, con un buen pan bajo el brazo.

domingo, 8 de marzo de 2015

Un baile que bailarás sola.

De aquí a un tiempo, conocí, un 14 de febrero, fecha chiclé, a quien en este lugar llamaremos Karina,
En aquellas épocas asistía a las clases de francés a las dos de la tarde, corría un gran verano, de esos que calientan el corazón. La primera vez que la vi, durante la salida, un cruce de miradas ocurrió  y, aunque nuestras aulas no coincidían y mucho menos las amistades, algo ahí ocurrió.
Coincidimos un 14 de febrero en el transporte público, no sin antes un efímero acercamiento anterior lleno de sonrisas firmadas por mis bufonerías. Ella me contó parte de lo que yo quería saber; yo, por otro lado, no tenía ni la más mínima intención de decirle nada sobre mí. No me interesa, no me llama la atención, de dónde vengo y a dónde voy es una parte de mis historias que no está en mis planes comentar, al menos no hasta que se llegue a buen recaudo.
Tiempo después, empezamos a frecuentarnos en muchos momentos, yo era, hasta esos días, una roca pero, eventualmente, dejaría de serlo pero no ante la llegada de Karina sino de alguien que en breve apareció ese mismo verano. Ella era interesante, era de grato platicar, algo que no es muy frecuente en las muy honorables damas jóvenes de los días que corren porque, si algo aprecio sobremanera, y creo mencionarlo a menudo, es la habilidad de las personas por mantener una cháchara interesante pues, se me hace totalmente denso tener que platicar con personas que mucha sagacidad no tienen en mente. 
Ella no supo por qué me fui, yo sí: me fui por idiota. No lo lamento, fui egoísta, como todos, pero, naturalmente, mi extinta capacidad de ser una roca me llevó a hacer lo correcto. 
Tiempo después Karina dijo cosas que yo creía que no diría pues, cualquiera, excepto yo y unos cuantos más, se guarda sus monedas al ver que el barco se está hundiendo, ella no. Ella puso todo sobre la mesa y yo pateé el tablero. No sé, querida, ese es un baile que bailarás sola.




lunes, 27 de octubre de 2014

Replanteé, y no un arbolito.

El primer evento que tuve la mala suerte de vivir fue un 27 de agosto. Eran alrededor de las 11 am y estaba en mitad de Paseo de la República cuando sucedió. La cosa fue simple, un estruendo en mi pecho, un zumbido en mis oídos y de pronto mi mejilla tibia en el pavimento helado en medio de autos ruidosos y personas apresuradas. Esto cambió muchas cosas en mi vida, quiero decir, me hizo ver que las cosas que había estado haciendo las hacía para otros y no para mí. Siempre trataba de hacer feliz a los demás sin darme cuenta de que primero era lo que yo deseaba y si esto no ocurría así pues qué lástima pero adiós.

Recuerdo abrí mis ojos en un lugar de paredes blancas y me sentía extraño. Fue un 29 de agosto, me hice la pregunta cliché si me había muerto, en cuyo caso estaría realmente jodido porque estaba, evidentemente, en las puertas del paraíso y sería inevitablemente juzgado por San Pedro, un barbón de metro ochenta que antes era pescador y ahora se gana los frijoles dándosela de Ana María Polo, y dado mi historial de herejía y blasfemia, sería enviado directo al infierno. Desde ese lado del camino el arrepentimiento y la búsqueda de la redención no se veía tan absurda. No puedo negar que yo me catalogaría como esa clase de ateo que desearía con toda su alma que Dios y todo el circo del cielo existiese. ¿Quién no quisiera vivir para siempre siendo feliz en el cielo luego de hacer el bien aquí en la tierra? ¿Quién no quisiera que los seres queridos les dure toda una eternidad? ¿Quién no quisiera conocer lo que mañana, al dia siguiente de su partida al otro mundo, ocurra? He de aceptar que desearía que Dios exista pero lamentablemente no creo en él. No creo que exista y, de un modo u otro, aunque él existiese, ya estoy bien jodido porque Dios perdona todo mientras el culpable se arrepienta, menos la herejía. "Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada." (Mateo 12:31).

Cardiopatía congénita, era yo el primero de la familia, un pionero, el aventurero, el que siempre quería estar adelante y las únicas cosas que se llevaba primero eran las enfermedades al corazón. Doctor, ¿las penas del corazón también me pueden causar una cardiopatía? Pregunté con tono sincero que fue entendido como irónico y aunque ya sabía la respuesta quizás debía hacerse algún estudio que demostrara lo contrario. Ya saben "the luck I've had can make a good man turn back". Buen humor, diagnosticó el doctor como reporte del casi muerto. 

Desde aquel día muchas cosas cambiaron y habrá quienes no lo entiendan y no sepan el porqué de ese cambio. Me gusta la hora de mis dulces. He aprendido a tomar 20 pastillas en un solo sorbo de agua. El doctor dijo que esos caramelos que debía ingerir me serían una patada la hígado y es aquí en donde agradezco haber llevado la fiesta en paz con mis entrañas, las adoro, ya quisiera algún humano normal, común y silvestre tomar 20 pastillas a cada rato y solo tener una primera y última crisis hepática que duró apenas dos días y luego seguir con un hígado valiente, hidalgo, avezado, y listo para la acción como el mío que lo ha demostrado en todo momento.

Cambié varias cosas desde aquel día, me replanteé muchas y para mi pesar abandoné otras. Quizás sin este pequeño malentendido cardíaco seguiría intentando llegar al sol aunque mis alas se vuelvan a quemar. Seguiría pensando que no hay otro modo, otra forma, y que los esfuerzos de mis ambiciosos planes, tarde o temprano y para bien o para mal, me llevarían, maltrecho, asfixiado y agotado al tan ansiado, glorioso y quimérico premio.


martes, 9 de septiembre de 2014

Camila.

Siete de la mañana, entre sobresaltos y empujones había logrado subir al transporte público que lejos está de descripciones quiméricas, mi santo favorito: San Carmelio de Huaya no sé qué cosa, SAC. Para la mayoría de personas esa hora es temprano, para mí y mi viaje de 90 minutos, no.
Mi querido profesor de Teoría Monetaria Internacional, quien es un pan de dios, solo tenía la paciencia de esperar cinco minutos de tardanza antes de convertirse en un ser maligno y sin alma y luego de eso se embarcaba en una clase maestra no de Teoría Monetaria Internacional dirigida a los estudiantes quienes habían llegado a esa "prestigiosa" casa de estudios venciendo un monstruoso examen de admisión sino en una clase maestra de "cómo no ceder antes las miradas afligidas y llenas de falso arrepentimiento que buscan ser absueltos de su condena y piden con muecas extrañas entrar media hora tarde al aula" dirigida a los demás catedráticos quienes no daban importancia a este asunto.
Ya había previsto que no ingresaría a clase ni aunque le vendiera mi alma al mismísimo satanás, ya sabía que terminaría sentadito y bien calladito en las bancas de los pasillos de la facultad y así fue. Se me ocurrió tocar la puerta, tres toques asesinos que interrumpirían su clase y me comprarían su rencor hasta el final de los tiempos.

Buen día, Señor Ponce, ¿lo puedo ayudar en algo? — dijo abriendo ligeramente la puerta.

Ponce de León, es así, completo.

Como sea, buen día, ¿qué desea? — un cordero del señor el muy miserable.

Buen día, Profesor Cisneros, disculpe por llegar tarde, ¿podría pasar? — era extraño que abriera la puerta, algo tramaba.

Mmmmh... Me temo que eso será un problema. — dijo con una tenue sonrisa maliciosa y burlona — ¿tiene usted idea de la hora que es?

Oh, disculpe usted, permítame revisar en mi reloj... ocho de la mañana con 37 minutos. — respondí con sarcasmo.

Exacto, es ya muy tarde, ¿por qué cree usted que debería pasar a pesar de llegar tarde?

En serio, profesor, tuve un problema en el camino.

¡Un problema!, ¡qué terrible!, por favor, podría contarnos lo que viene a ser su muy seguramente bien elaborada historia, quizás alguien aquí le crea y se apiade de usted — para esto él infeliz ya había abierto la puerta del aula en su total capacidad y exclamado llamando la atención de los estudiantes.

Profesor...

Disculpe usted, señor Ponce, necesito dictar mi clase, quizás en la próxima oportunidad pueda no infortunar con su tardanza, ya conoce las reglas, que tenga buen día. — finalizó y cerró la puerta.

Su puta madre tendrá buen día, infeliz— dije como si él siguiera en la chamorra, para mi suerte, las aulas aíslan el sonido.


Luego de esta divertida conversación no tenía otra opción más que esperar las tres horas de aquella clase afuera y, con algo de suerte, abordar a algún desprevenido para que me preste sus apuntes, mujer, de preferencia, ellas tienen el don de los apuntes de clases, y si algún chico tiene el don pues no estaría bien pensar que es una linda mariposa del campo pero yo lo hago. Me puse los audífonos a ver si, de milagro, mi playlist soltaba algún buen tema para el momento y simplemente me senté con cara de "yo no sé nada, el profe no quiere abrir" y me empecé el bello arte de marmotear en la universidad. Luego de un rato me propuse a leer algunos apuntes, a aprovechar el tiempo, a no ser una marmota más y buscando algún apunte entre toda la maraña de apuntes que posee mi mochilita marrón encontré un pequeño cuento, uno que quedo incompleto, uno que no terminé porque, como cada cierto tiempo, me quedo totalmente frío y mi mente no puede escribir nada. Me dispuse a continuarla con cero inspiración, mataría el rato, escribiría y mataría una historia por simple aburrimiento.


¿Haciendo la tarea a último momento? — apareció una voz a la que no tuve la cortesía de dirijgir la mirada.

Esto es la universidad, acá no hay tareas, eso es muy de escolar.

Tienes razón, entonces: ¿Haciendo monografías a último momento?

Bueno fuera que las hiciera a último moment...


Finalmente alcé la mirada y ¡PUM!, en mi sucia vida había visto chica más adorable, o quizás sí, pero hacía mucho que no lo hacía. Se notó mi impresión, mi embeleso, ella lo notó, me quedé cojudo como por dos segundos y luego recuperé la seriedad y la serenidad.

...to, último momento. 

Entonces, ¿qué escribes?, ¿puedo preguntar?

Escribo, un cuento, creo, no sé, no estoy seguro.

¿Escribes? No tienes pinta de persona que escribe.

Se les dice escritores. — Le dije con una sonrisa para suavizar mi tono burlesco.

No, no eres un escritor, eso no lo decides tú, creo que eres... a lo mucho un escribidor. — puso seriedad al asunto.

¿Insinúas que mis cuentos son malos? — fingí enfado.

No necesariamente. ¿De qué habla es tu cuento? — volviendo a ella esa aura de encanto.

Es una pequeña historia que narra las vivencias de alguien en la propiedad de su abuelo.

¡Aburrido!, ¿pasa algo extraordinario?, ¿encuentra oro o algo así?

Claro que no, ese alguien tuvo una niñez tranquila. — sonreí ante su ocurrencia, ocurrencia que me parecía difícil de hallar. 

Seguro que hablas de ti, ¿cierto? 

Espera, a todo esto... ¿cómo te llamas? No puedo seguir contándote sobre algo tan importante sin saber tu nombre.

Emm... ¡es cierto!, Camila. ¿Tú?

Luciano.

Muy bien, Luciano y dime: ¿eres tú el del cuento?

Jamás lo sabrás, me gusta el beneficio de la duda.


Se paró repentinamente del asiento, su cabello rizado saltó con ella, repartió su aroma en el lugar y caminó algunos pasos, y luego de unos segundos volteó.

¿No vendrás?

Em... ¿A donde exactamente?, Camila.

No lo sé. Solo ven, ¿no estarás pensando quedarte en este pasillo frío y desperdiciar el sol de la mañana?

La verdad es que soy medio vampir...

¡Apúrese, Luciano!

Me levanté, la seguí, ella cada segundo más adorable que el anterior, yo cada segundo más extrañado que el anterior, salimos del edificio y el sol tibio arrulló mi rostro. Ella se detuvo, una brisa movió sus rizos a los que ya me estaba habituando me miró, miró hacia su derecha y luego hacia su izquierda, levantó un brazo señalando a una banca en medio de los árboles que ofrece la ciudad universitaria cual niña en medio del parque y dijo: "allá", caminamos hasta aquel lugar y lo demás... lo demás es historia.









miércoles, 13 de agosto de 2014

Aquí todos nos cuidamos, aquí todos nos queremos.

¿Milagros médicos? En mis 16 años de carrera solo pude advertir de uno, solo uno; y ni siquiera estoy seguro de que haya sido un milagro. Creo que fue, más bien, una singularidad médica. Las singularidades médicas no son milagros sino partes obscuras que nosotros, los buenos samaritanos curalotodo no podemos ver llegar, no prevemos y que, simplemente, hacemos que no pasó nada ahí.

Recuerdo hace como cinco o seis años a una pareja de esposos que llegó al hospital, ella con cefalea y él con un temor por la salud resquebrajada de su mujer. Tenía, según ella, un persistente dolor de cabeza y mareos. Se le administró aspirina. Pronto tuvo que asignarle una cama y estuvo bajo observación. El hombre dijo que estaba muy preocupado y ese tipo de cosas, decía cosas que no recuerdo que eran irrelevantes para el caso pero mencionó, en algún punto de su exuberante declaración, la palabra "cigarro". En es historial médico nada fuera de lo normal, algunas gripes, una intoxicación y algunas otras cosas menores. El esposo relató que ella había experimentado, recientemente, frecuentes síncopes siempre precedidos por dolores de cabeza, esto fue lo que lo llevó a traerla de emergencia. Efectivamente era fumadora y lo pude notar por su decolorada dentadura, cabello reseco, piel algo pálida, lo de siempre. Se ordenó exámenes de sangre y orina, y se ordenó una angiografía cerebral y luego de que las imágenes fueran analizadas por un equipo se llegó a lo peor: tumor maligno, en otras palabras, cáncer cerebral no metatástico, este es el "chico malo" de los cánceres, la gran mayoría son no operables y mucho peor aquí en nuestro lindo Perú que hasta un carnicero hace mejores cortes y tienes manos más firmes que los cirujanos que envía el estado, pero bueno: este, por suerte, sí era operable aunque antes debíamos aplicar la incomprendida y odiada radioterapia.

Me tocó informárselo al esposo y aunque había salida este casi se muere, poco gallardo de un esposo, no quiero parecer malo —aunque lo soy— pero "pusilánime" me pareció la palabra correcta. Hay quienes viven una vida normal, sin grandes apuros, en la rutina, en su trabajo, con sus hijos, pareja, los domingo familiares, alguna que otra salida dejando a los niños con la abuela, haciendo las cosas bien, sin hacer daño a nadie y de pronto viene uno de nosotros, los galenos, los hombres de la salud, los de blanco y les da una noticia desastrosa, una patada al hígado de su alegría, unas cuantas palabras que, en el orden correcto, cambian vidas. Cambiamos vidas y luego, si podemos, las salvamos.

El hombre pronto nos dijo que no era posible y nos dijo que podría ser otra cosa, que él tenía mucha fe y Dios no dejaría que eso pase y bla bla bla, como siempre, su fe lo tenía en vilo, sin creer lo que le decíamos. Un "¡Vamos!, señor, si no iba a creer lo que le decimos entonces debió llevar a su mujer a una iglesia y no aquí." se me escapó en un momento y acepto que un profesional con ética todo ese rollo debe ser respetuoso con su paciente pero esto parece que funcionó, aún así el hombre decidió irse en busca, supongo yo, de ayuda divina.

Días después, Rosita, la recepcionista, —quien en realidad no se llamaba Rosita pero todos le decíamos así porque ella era un de esas personas "privilegiadas" con padres muy creativos, sin miedo a decirlo, un nombre terrible, Candelaria, así que mejor todos y ella misma nos ahorrábamos las penas y, por acuerdo mutuo, decidimos llamarla Rosita— me informó que la mujer del cáncer había sido trasladada al clínica Maison de Santé y que el esposo regresó en la tarde "muy indignado" y no perdió la oportunidad de quitarse en manto de pusilánime y acusarnos de ser unos médicos de cartón, no ser profesionales y de ser unos incompetentes médicos que, según Rosita en estas mismas letras, ni siquiera se saben limpiar el moco. Bueno, la verdad es que estaba en la cierto, excepto en la parte de que unos incompetentes, acá nadie compite con nadie, acá todos somos hermanitos y nos ayudamos los unos a los otros para que no se nos vaya al otro mundo ningún paciente y si se va, nos ayudamos para que todos salgamos bien librados y sigamos haciendo lo nuestro, con suerte, curar enfermos. Lo que resultó ocurriendo es que alguien, al parecer un médico amigo de la familia, tuvo acceso a las imágenes y al parecer recomendó que hagamos una resonancia mágnetica, lo que el distinguido señor no sabe es que el hospital no tiene esa tecnología del nuevo milenio ya que dependemos del estado y no se pudo realizar, una pena.

Lo que ocurrió finalmente fue que susodicha paciente en realidad —y esta es una algo muy gracioso e inesperado— no tenía un cáncer incurable sino un lindo aneurisma, una obstrucción maliciosa que, ante los ojos del somnoliento equipo de doctores que vio las imágenes se disfrazó, muy hábilmente de algo que no era, como mucho de nosotros, pero eso es otro tema y no viene al caso. Luego de que la mujer fuera operada exitosamente, gracias a Mahoma, el esposo, envalentonado por haber vencido a la muerte prismática y falseada que nosotros le habíamos presentado nos amenazó con demandar a todo el hospital por casi aplicar tratamiento radiológico, y dar un diagnóstico errado.

El fin de esta historia es preguntarnos si los milagros existen, pues, yo, señores, creo que sí, pienso que a veces las cosas pueden cambiar aunque el marcado no esté a favor. ¿Saben? Fue todo y cada una de sus letras ¡un milagro médico! que no nos expulsen de un puntapié en el trasero a nosotros por tener un diagnóstico tan penoso y erróneo.  Bueno, al fin y al cabo en nuestro querido Hospital Alberto Sabogal Sologuren todos somos una linda familia, aquí todos nos cuidamos, todos nos queremos y si alguien la embarra, se equivoca, hace un diagnóstico erróneo, olvida un instrumento quirúrgico en las entrañas de algún paciente durante una colectomía, corta una pierna que no es, cambia los recién nacidos porque no se quiso perder su programa de espectáculos de las 9am o si se le escapa un paciente hacia el otro mundo, nunca faltará un director de la casa que dirá: "Errar es humano, perdonar es divino y a cualquiera le pasa".