lunes, 27 de octubre de 2014

Replanteé, y no un arbolito.

El primer evento que tuve la mala suerte de vivir fue un 27 de agosto. Eran alrededor de las 11 am y estaba en mitad de Paseo de la República cuando sucedió. La cosa fue simple, un estruendo en mi pecho, un zumbido en mis oídos y de pronto mi mejilla tibia en el pavimento helado en medio de autos ruidosos y personas apresuradas. Esto cambió muchas cosas en mi vida, quiero decir, me hizo ver que las cosas que había estado haciendo las hacía para otros y no para mí. Siempre trataba de hacer feliz a los demás sin darme cuenta de que primero era lo que yo deseaba y si esto no ocurría así pues qué lástima pero adiós.

Recuerdo abrí mis ojos en un lugar de paredes blancas y me sentía extraño. Fue un 29 de agosto, me hice la pregunta cliché si me había muerto, en cuyo caso estaría realmente jodido porque estaba, evidentemente, en las puertas del paraíso y sería inevitablemente juzgado por San Pedro, un barbón de metro ochenta que antes era pescador y ahora se gana los frijoles dándosela de Ana María Polo, y dado mi historial de herejía y blasfemia, sería enviado directo al infierno. Desde ese lado del camino el arrepentimiento y la búsqueda de la redención no se veía tan absurda. No puedo negar que yo me catalogaría como esa clase de ateo que desearía con toda su alma que Dios y todo el circo del cielo existiese. ¿Quién no quisiera vivir para siempre siendo feliz en el cielo luego de hacer el bien aquí en la tierra? ¿Quién no quisiera que los seres queridos les dure toda una eternidad? ¿Quién no quisiera conocer lo que mañana, al dia siguiente de su partida al otro mundo, ocurra? He de aceptar que desearía que Dios exista pero lamentablemente no creo en él. No creo que exista y, de un modo u otro, aunque él existiese, ya estoy bien jodido porque Dios perdona todo mientras el culpable se arrepienta, menos la herejía. "Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada." (Mateo 12:31).

Cardiopatía congénita, era yo el primero de la familia, un pionero, el aventurero, el que siempre quería estar adelante y las únicas cosas que se llevaba primero eran las enfermedades al corazón. Doctor, ¿las penas del corazón también me pueden causar una cardiopatía? Pregunté con tono sincero que fue entendido como irónico y aunque ya sabía la respuesta quizás debía hacerse algún estudio que demostrara lo contrario. Ya saben "the luck I've had can make a good man turn back". Buen humor, diagnosticó el doctor como reporte del casi muerto. 

Desde aquel día muchas cosas cambiaron y habrá quienes no lo entiendan y no sepan el porqué de ese cambio. Me gusta la hora de mis dulces. He aprendido a tomar 20 pastillas en un solo sorbo de agua. El doctor dijo que esos caramelos que debía ingerir me serían una patada la hígado y es aquí en donde agradezco haber llevado la fiesta en paz con mis entrañas, las adoro, ya quisiera algún humano normal, común y silvestre tomar 20 pastillas a cada rato y solo tener una primera y última crisis hepática que duró apenas dos días y luego seguir con un hígado valiente, hidalgo, avezado, y listo para la acción como el mío que lo ha demostrado en todo momento.

Cambié varias cosas desde aquel día, me replanteé muchas y para mi pesar abandoné otras. Quizás sin este pequeño malentendido cardíaco seguiría intentando llegar al sol aunque mis alas se vuelvan a quemar. Seguiría pensando que no hay otro modo, otra forma, y que los esfuerzos de mis ambiciosos planes, tarde o temprano y para bien o para mal, me llevarían, maltrecho, asfixiado y agotado al tan ansiado, glorioso y quimérico premio.