¿Milagros médicos? En mis 16 años de carrera solo pude advertir de uno, solo uno; y ni siquiera estoy seguro de que haya sido un milagro. Creo que fue, más bien, una singularidad médica. Las singularidades médicas no son milagros sino partes obscuras que nosotros, los buenos samaritanos curalotodo no podemos ver llegar, no prevemos y que, simplemente, hacemos que no pasó nada ahí.
Recuerdo hace como cinco o seis años a una pareja de esposos que llegó al hospital, ella con cefalea y él con un temor por la salud resquebrajada de su mujer. Tenía, según ella, un persistente dolor de cabeza y mareos. Se le administró aspirina. Pronto tuvo que asignarle una cama y estuvo bajo observación. El hombre dijo que estaba muy preocupado y ese tipo de cosas, decía cosas que no recuerdo que eran irrelevantes para el caso pero mencionó, en algún punto de su exuberante declaración, la palabra "cigarro". En es historial médico nada fuera de lo normal, algunas gripes, una intoxicación y algunas otras cosas menores. El esposo relató que ella había experimentado, recientemente, frecuentes síncopes siempre precedidos por dolores de cabeza, esto fue lo que lo llevó a traerla de emergencia. Efectivamente era fumadora y lo pude notar por su decolorada dentadura, cabello reseco, piel algo pálida, lo de siempre. Se ordenó exámenes de sangre y orina, y se ordenó una angiografía cerebral y luego de que las imágenes fueran analizadas por un equipo se llegó a lo peor: tumor maligno, en otras palabras, cáncer cerebral no metatástico, este es el "chico malo" de los cánceres, la gran mayoría son no operables y mucho peor aquí en nuestro lindo Perú que hasta un carnicero hace mejores cortes y tienes manos más firmes que los cirujanos que envía el estado, pero bueno: este, por suerte, sí era operable aunque antes debíamos aplicar la incomprendida y odiada radioterapia.
Me tocó informárselo al esposo y aunque había salida este casi se muere, poco gallardo de un esposo, no quiero parecer malo —aunque lo soy— pero "pusilánime" me pareció la palabra correcta. Hay quienes viven una vida normal, sin grandes apuros, en la rutina, en su trabajo, con sus hijos, pareja, los domingo familiares, alguna que otra salida dejando a los niños con la abuela, haciendo las cosas bien, sin hacer daño a nadie y de pronto viene uno de nosotros, los galenos, los hombres de la salud, los de blanco y les da una noticia desastrosa, una patada al hígado de su alegría, unas cuantas palabras que, en el orden correcto, cambian vidas. Cambiamos vidas y luego, si podemos, las salvamos.
El hombre pronto nos dijo que no era posible y nos dijo que podría ser otra cosa, que él tenía mucha fe y Dios no dejaría que eso pase y bla bla bla, como siempre, su fe lo tenía en vilo, sin creer lo que le decíamos. Un "¡Vamos!, señor, si no iba a creer lo que le decimos entonces debió llevar a su mujer a una iglesia y no aquí." se me escapó en un momento y acepto que un profesional con ética todo ese rollo debe ser respetuoso con su paciente pero esto parece que funcionó, aún así el hombre decidió irse en busca, supongo yo, de ayuda divina.
Días después, Rosita, la recepcionista, —quien en realidad no se llamaba Rosita pero todos le decíamos así porque ella era un de esas personas "privilegiadas" con padres muy creativos, sin miedo a decirlo, un nombre terrible, Candelaria, así que mejor todos y ella misma nos ahorrábamos las penas y, por acuerdo mutuo, decidimos llamarla Rosita— me informó que la mujer del cáncer había sido trasladada al clínica Maison de Santé y que el esposo regresó en la tarde "muy indignado" y no perdió la oportunidad de quitarse en manto de pusilánime y acusarnos de ser unos médicos de cartón, no ser profesionales y de ser unos incompetentes médicos que, según Rosita en estas mismas letras, ni siquiera se saben limpiar el moco. Bueno, la verdad es que estaba en la cierto, excepto en la parte de que unos incompetentes, acá nadie compite con nadie, acá todos somos hermanitos y nos ayudamos los unos a los otros para que no se nos vaya al otro mundo ningún paciente y si se va, nos ayudamos para que todos salgamos bien librados y sigamos haciendo lo nuestro, con suerte, curar enfermos. Lo que resultó ocurriendo es que alguien, al parecer un médico amigo de la familia, tuvo acceso a las imágenes y al parecer recomendó que hagamos una resonancia mágnetica, lo que el distinguido señor no sabe es que el hospital no tiene esa tecnología del nuevo milenio ya que dependemos del estado y no se pudo realizar, una pena.
Lo que ocurrió finalmente fue que susodicha paciente en realidad —y esta es una algo muy gracioso e inesperado— no tenía un cáncer incurable sino un lindo aneurisma, una obstrucción maliciosa que, ante los ojos del somnoliento equipo de doctores que vio las imágenes se disfrazó, muy hábilmente de algo que no era, como mucho de nosotros, pero eso es otro tema y no viene al caso. Luego de que la mujer fuera operada exitosamente, gracias a Mahoma, el esposo, envalentonado por haber vencido a la muerte prismática y falseada que nosotros le habíamos presentado nos amenazó con demandar a todo el hospital por casi aplicar tratamiento radiológico, y dar un diagnóstico errado.
El fin de esta historia es preguntarnos si los milagros existen, pues, yo, señores, creo que sí, pienso que a veces las cosas pueden cambiar aunque el marcado no esté a favor. ¿Saben? Fue todo y cada una de sus letras ¡un milagro médico! que no nos expulsen de un puntapié en el trasero a nosotros por tener un diagnóstico tan penoso y erróneo. Bueno, al fin y al cabo en nuestro querido Hospital Alberto Sabogal Sologuren todos somos una linda familia, aquí todos nos cuidamos, todos nos queremos y si alguien la embarra, se equivoca, hace un diagnóstico erróneo, olvida un instrumento quirúrgico en las entrañas de algún paciente durante una colectomía, corta una pierna que no es, cambia los recién nacidos porque no se quiso perder su programa de espectáculos de las 9am o si se le escapa un paciente hacia el otro mundo, nunca faltará un director de la casa que dirá: "Errar es humano, perdonar es divino y a cualquiera le pasa".